¿Existe una verdadera crisis de valores?

22.11.2011 14:48

     La mayoría de la gente entiende por "crisis de valores" la ausencia de éstos; pero no es así. La característica esencial que informa lo que en la actualidad entendemos por crisis de valores radica en que no sabemos qué hacer con los valores que hemos atesorado a lo largo de la Historia de la Humanidad. El hombre de nuestro tiempo ha perdido la voluntad de orientarse, es decir, de cultivar valores, de seguirlos, ajustándose a ellos como hace el capitán del barco manteniéndose fiel a su rumbo, por mucho que el estado de la mar le incite a derrotas más cómodas. 

     En la sociedad avanzada los individuos tienen hoy más que nunca la oportunidad de conocer y profundizar en los grandes valores religiosos, éticos y morales que configuran nuestra civilización. Por tanto, más que preguntarnos dónde están esos valores habría que plantearse ¿Por qué esta crisis de nuestra capacidad para cultivar valores? 

     A nada que se formula esta pregunta, lo primero que le viene a uno a la mente son dos aspectos esenciales para nuestro desarrollo: la familia y la educación. Desde luego la familia es el primer espacio vital y natural del hombre. En él aprende a relacionarse con sus semejantes; aprende sus primeras emociones y afectos; aprende el lenguaje y, por tanto, la comunicación; aprende a identificar el universo circundante, que le dará pie a exploraciones posteriores más amplias; aprende los primeros valores esenciales para configurar un rumbo en el que orientar su existencia. 

     El otro aspecto fundamental es el de la educación. En él tiene mucho que ver la sociedad en su conjunto y el poder del Estado en particular. De la voluntad de los gobernantes dependen los medios necesarios para impulsar la calidad en el aprendizaje académico y humano, tanto en la escuela como en la familia. Por tanto, es responsabilidad también del poder político la manera en que se promueve la participación de la familia en la educación de sus hijos. 

     Lamentablemente, la experiencia nos ha enseñado que los políticos sólo se acuerdan de la familia y de la educación para satisfacer sus intereses electorales. Si no fuera por instituciones de la sociedad civil y del sector privado, nuestra sociedad no tendría siquiera la esperanza de ser mejorada. Sin embargo, todavía se puede recuperar el camino desandado. Para ello necesitamos que cada ciudadano, desde la función que ejerce en la sociedad, tome conciencia de los efectos que dejan sus actitudes en la construcción de un país más justo donde se respete la dignidad del ser humano. 

¿Hasta cuando entenderán que el ser humano no fue hecho para ser prisionero del trabajo, de la moda, de la comodidad, de la superficialidad? Más bien al contrario, todas estas cosas fueron hechas para que el hombre las usara de forma ordenada de acuerdo a su fin. ¿Y cuál es el fin del hombre en este mundo? ¿Acumular bienes y riquezas o trascenderse a sí mismo y en el servicio a los demás? ¿Cuánto tiempo tenemos que esperar para que la familia y la educación reciban el lugar que deben tener en el desarrollo moral de nuestra sociedad? 

     Por querer alcanzar una existencia placentera, hedonista y exitosa no podemos dejar que se pierda la excelencia en nuestro ser. Los valores religiosos, éticos y morales están ahí. Hay que buscar en la raíz de nuestro ser los estímulos que nos conmuevan hacia la trascendencia. Encontrar nuestro rumbo y seguirlo con fidelidad y compromiso, con una actitud positiva, es la gran responsabilidad que nos ha sido impuesta. De nosotros depende que el tránsito por esta vida adquiera un sentido verdaderamente emocionante.

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